Últimamente no hay nada en el cine que merezca la pena destacar, y por eso, entre otras cosas, llevaba tiempo sin poner algo. Así que, ¿Que mejor vuelta que de la mano de Steve McQueen, Ali MacGraw y Sam Peckinpah?
Para mí, el cine empezó en la década de los 70. Concretamente, en 1972, con LA HUÍDA, la primera buena película de acción de todos los tiempos. Hasta entonces se habían hecho bastantes películas (y muchas de ellas han pasado a clásicos), ¿Pero quién quiere ver a Humphrey Bogart en un aeropuerto cuando puede admirar a Steve McQueen con un escopetón en la mano? Un año antes, su director, Sam Peckinpah, ya había hecho otro clásico, PERROS DE PAJA, con una batalla final de las que ya no se hacen, pero ya que mi género favorito es la acción y esa no se incluía de todo en él, dejemos el inicio del cine a la más cómoda fecha de 1972.
LA HUIDA tiene todos los elementos de una buena película de acción, más otros que la hacen pasar de ser una película de acción a una obra maestra: dos personajes memorablemente carismáticos pero no del todo buenos, una historia de amor, una escopeta gigante, y una batalla final.
Obviamente, para hacer referencia a LA HUIDA, es inevitable llamar la atención sobre los personajes de McQueen y MacGraw, que interpretan los dos mejores papeles de su carrera. Steve McQueen, sobre todo durante la primera parte de la cinta, no dice apenas cien palabras, pero no hace ni falta. Su aparición con su traje de chaqueta y corbata negras, su camisa blanca, y, por supuesto, su pistola, es suficiente para centrar todos los sentidos en la pantalla. No lo sé explicar, pero todo lo que lleva le pega a la perfección a su persona: su traje, sus gafas de sol, su pistola, y, sobre todo, la escopeta, le vienen como un guante (no hay más que mirar la foto. ¿No es buenísima?). Además, su personalidad se sale de la pantalla e impregna toda la película.
No menos destacable es el papel de Ali MacGraw, impasible y fiel seguidora de su marido a lo largo de toda la película. Un golpe de fuerza es, al final de la película, que empiece a pegar tiros por todos lados cuando, a lo largo de la peli, siempre había sido callada y sumisa. Este golpe es un acierto clave de la película (a mí se me pone la piel de gallina al verlos a los dos luchando juntos contra los asesinos que vienen a por ellos).
Sumados a estos dos hay una gama de personajes atípicos e inolvidables, que le dan un toque maestro a la película, y hace al espectador reconocer el talento innato de su director. Por un lado, Al Lettieri, con un personaje de asesino a sueldo despreciable (a lo que quizás se une su espantoso físico), al que se une una egoísta y aprovechada rehén (un personaje increíble: empieza siendo rehén y se convierte en aliada de su secuestrador de una manera que se hace repulsiva y a la vez fascinante). Y, por último, Slim Pickens, en uno de sus famosos papeles secundarios, representa a un alocado e inexplicablemente eufórico ciudadano que se ve envuelto en la huida de la pareja.
Otro punto destacable es la historia de amor entre los dos protagonistas, con sus altibajos a lo largo de la película, y cuyo toque es fundamental y a la vez magistral en el desarrollo de la acción. La reconciliación final en el vertedero antes de la batalla final es necesaria para que se produzca esta última.
Y, por último, el batallón final. Steve McQueen coge su escopeta del calibre doce y se abre paso entre una banda de asesinos a sueldo contratados para matarles. Mientras, su mujer coge otra pistola y le ayuda en su acción en medio de un baño de sangre al mejor estilo de Sam Peckinpah. Magistral.
En resumen, una obra maestra del cine, no sólo de acción, sino en general. Con ella empezó el buen desarrollo de la industria, a la vez que consagró a su director y a Steve McQueen como una de las estrellas del cine moderno. Una obra maestra imprescindible.